sábado, 4 de marzo de 2017

Ternura



 Decidir ir a la playa a última hora, cuando los bañistas que acuden a disfrutar de nuestra playa se van a descansar, es la mejor hora del día; es cuando el sol deja sus últimos destellos y nos permite disfrutar  del precioso paisaje sin temor a que nos dañe la piel, en verano voy a estas horas, por comodidad, y por necesidad, no me gustan las aglomeraciones ni sufrir el calor que en estas fechas es insoportable. 






Cómo un ritual en mi vida, suelo ir  para darme un baño y leer un ratito en el lugar que más me gusta, la orilla del mar, y hoy, mientras esperaba a que se fuesen los últimos rayos del sol reflejados en las rocas, como si fuesen a despedirse de ellas, con destellos de pasión. Por minutos,con la mente en blanco, estuve gozando de esa bella estampa que nos regala el Universo y pocos aprecian.




 Disfrutaba viendo a los pescadores preparándose para salir a la mar a buscarse la vida con sus rudas manos y su rostro envejecido, ignorantes ellos de lo que yo pensaba mientras les miraban, me saludaron con dulce y cálida sonrisa, ni se imaginaban que yo estaba preguntándome, de qué color sería su alma. Blanca, seguro, impoluta, sin duda. Cambié de orientación, y a mis pies, observé, un banco de pececillos que en las aguas cristalinas danzaban felices entre las pequeñas rocas y algas, y disfruté cómo una niña que ve por vez primera dicho espectáculo marino. 

El sol se iba escondiendo, y decidí dar un  paseo observando cada detalle por si podía tomar alguna bonita instantánea; con mi camarilla eso es posible siempre, es muy simple, pero a veces, parece que tiene corazón, ve detalles que yo no veo, y cuando llego a casa y miro las imágenes siempre me sorprende.


Después de tomar un montón de fotos, me senté a leer un ratito y empezaron a llegar aves, palomas que ahora parece que abundan mucho por esta costa Malagueña. 

Leía “Los valles del amanecer”, Un apasionante libro del gran escritor D.Cesar Rodriguez  Docampo, que ha tenido la gentileza de regalarme: Gracias, Cesar; te felicito y lo recomiendo a mis lectores, -nuestros lectores- , por su amena y apasionante lectura, una obra donde la pasión a veces es turbadora.



No he podido avanzar mucho en la lectura, pero lo que he leído me ha cautivado. Solo el principio ya cuenta con un seductor argumento que no puedes dejar de leer.
     
Leía  la página 181, cuando me llamó la atención una escena que bien podríamos llamar de -amor, dominio y valentía-.

En unos minutos, no sé de donde salieron tantas, llegaron unas palomas, las que veis en las imágenes, se acercaron sin miedo, justo donde yo estaba y se disputaban un trozo de pan, restos de comida que alguien habían dejado caer sin preocuparse de recoger al abandonar la arena donde habían permanecido tomando su comida. Un gesto que no muchos tenemos y sí criticamos. Las playas nos gustan limpias.






Observé, cómo un palomo bien nutrido se pavoneaba (Valentón, él)y espantaba con su agresiva conducta a los demás. Alguno más atrevido pudo coger un cachito, siempre con el respeto que le imponía el jefe al que temían, -era a simple vista evidente-, pero había uno muy flaquito que no encontraba la forma de llegar y picotear una sola vez la dichosa migaja de pan. A esa paloma desnutrida, le acompañaba siempre otro un poco más espabilado que no le dejaba moverse.- ¡Será malo y agobiante! - pensaba yo un poco indignada. 



-¡Déjale en paz, pesáo!, le decía  moviendo un poco la mano - me dolía que se acercase tanto, una y otra vez. Llegue a pensar que se trataba de un incesante vapuleo, no entendía el insistente ir y venir que paralizaba cada movimiento de la pobre ave.


Ante el espectáculo, no pude seguir leyendo; estaba asistiendo a una bonita escena de ¿amor, un acoso? Ante la duda, y sin poder hacer nada por la endeblucha ave, decidí seguir leyendo.
                     

Absorta en mi lectura quizás dejaría de mirarles, no era cuestión de perder esos últimos rayos de sol, de luz, observando la conducta de esas aves. -Habrá más días-, me dije, pero al girarme, justo en ese momento de cambiar de posición para relajarme, vi, cómo el
                    

protector, el palomo que yo pensé vapuleaba a la pobre paloma, le daba con su pico el trocito de pan que había podido coger luchando con el palomo dominante. Me quedé impávida ante semejante gesto, ¿de amor?… Sí, eso es amor, no hay duda, y yo, pensando mal.
                              



¡Qué ternura!...Nunca volveré a juzgar la conducta de un ave ni animal alguno. ¡Lo prometo! 


Me relajé un buen rato en la playa solitaria, y agradecí a Dios tanta belleza derramada.


Mañana volveré con algunas semillas para regalarle a la parejita. Se lo merecen.

María Borrego R.