En ,FRIGILIANA, donde la luz adquiere preciosos matices en
día soleados de primavera y verano languidece restando
belleza a las blancas casas y balcones llenos de flores; aunque he de
reconocer,que para mí es en cualquier estación del año, el pueblo más bonito
de Málaga.
Esta tarde, el clima era suave. Octubre se fue, y noviembre
ha llegado algo cálido, incluso en los pueblos de interior, donde no es habitual
estas temperaturas, por ese motivo me extrañó ver a esta mujer afanada en encender
un bracero ataviada con ropa de invierno, y fue suficiente la imagen para
adentrarme en su alma y recordar vivencias, -en mi caso bonitas-, aunque
también algunas muy tristes.
En esta época oscurece temprano, y en estos pueblos de
interior, las calles y plazas se ven solitarias, sombrías y frías, dejando un
silencio sepulcral, que hace que los recuerdos se cuelen por los poros de la
piel de personas mayores que han quedado solas y el frío de las ausencias
congele su alma.
Antonia, protagonista de la foto y relato, esta tarde, debió
sentir ese frío y necesitaba el calor del bracero para mitigarlo, sentirse
acompañada. Sí, no lo duden: ese cachivache tan pequeño llamado bracero, es
capaz de hacer que los bonitos recuerdos, esos que atesoramos a lo largo de
toda nuestra vida, acudan a la mente y aminore la tristeza y la soledad que nos
invade.
Quizás parezca extraño, pero estas personas llevan
arraigadas sus costumbres en lo más profundo de su ser, y ninguna renovación
tecnológica puede sustituir a lo que han atesorado toda su vida marcando su
existencia, como ese simple bracero de carbón o leña, qué, para quién no lo ha
conocido, puede ser poco útil al llegar el frío, pero nada más lejos de la
realidad. El bracero, la mesa camilla, y la palmatoria, candil o vela, han
marcado una época difícil de borrar de la memoria de estas personas, ha dado
calor al hogar como ningún otro medio de calefacción es capaz de dar.
El calor de una familia sentada alrededor de la mesa
camilla, con una buena braza en el bracero, las tertulias que surgían en las
largas noches de invierno, son irreemplazables; ese calorcito humano ya ha
desaparecido en la mayoría de los hogares, ni en la actualidad que tantos
medios tenemos para entretenernos, como son, televisión, juegos electrónicos,
ordenadores y todo lo demás que ya sabemos. Pero claro... esto sólo lo puede
saber quién lo ha vivido, quién, a pesar de no tener ni un solo libro para leer,
han escuchado las historias ilustradas y bonitas que los sabios abuelos
contaban como nadie.
Por la rugosidad en el rostro y manos de Antonia, se intuye,
que no ha debido ser fácil su vida, nada fácil... Mirad cómo se aprecia el
sufrimiento en cada pliegue, en su inocente timidez, en su cuerpo rendido a la suerte, perdida ya su fe y esperanza.
Me costó poderla fotografiar, no quería hacerlo sin su
permiso cómo otros visitantes hacen, y debió gustar que le preguntase si podía
hacerle una foto, porque no puso impedimento, esos sí, con un poco de recelo,
supongo por coqueta, decía que no se había peinado bien, así que no posó, no,
ella seguía colocando el carbón en el bracero como quién hace una obra de arte.
Sin levantar la cabeza, dejaba meticulosamente cada trozo en su sitio, sólo
ella sabía el porqué de ese ritual. Yo, con paciencia, mucha paciencia, intenté
acercarme a su alma confiándole las vivencias de mi niñez, las que me había
hecho recordar al verla encendiendo el bracero, así que llamé a esa niña
pequeña de pelo rizado y curiosa que no me ha abandonado, y empezó a contarle
sus travesuras alrededor de la mesa camilla y el bracero. Conforme iba
contando, la carita de pocos amigos que Antonia muestra en la foto, se fue
suavizando, ya no estaba tan seria, tan escurridiza, ya miraba a mis ojos, cómo
si en ellos viese a Caris, esa niña que como siempre digo, nunca me abandona, y
que consiguió con sus relatos, que Antonia sonriera hasta la carcajada, y
también consiguió, que se despojara por un ratito de la pena que le embargaba.
Lo que aconteció en ese intercambio de vivencias será para la segunda parte de
este relato.
Un cariñoso beso, amiga Antonia. Espero me recuerdes como le recuerdo yo y volvamos a vernos pronto.
María Borrego R
Si la imagen es bonita y dulce, escuchad este Ave María. Es una autentica belleza el video en si.
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Eliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=6ftcM9caQo8
EliminarPikad donde dice Frigiliana, al principio de la narración, es un enlace, os gustará.
ResponderEliminarPrecioso retrato amiga. La sensibilidad a flor de piel y el saber de otros tiempos cercanos donde la supervivencia era mas simple pero eficaz. Así nos hemos plantado en este siglo después de cientos ó quizas miles de años haciendo esa tarea y ni somos agradecidos ni nos interesa lo mas mínimo.
ResponderEliminarAnda, trata de explicarle a cualquier lechugino con pantalla como se monta un brasero....Correrá a comprarse un calentador carísimo con avería programada para que se compre otro y otro en cada invierno. En fin, que me emociono y me voy del tema, y se está muy a gustito con vosotras al amor del brasero y oliendo a jazmin.
Gracias, Carlos. Me alegro de saber que te gusta nuestra compañía, la de la protagonista y la mía, ya tienes una buena butaca en el mejor sitio de la casa, jeje.
EliminarY ahora en serio. Sé que tú entiendes la ternura que me ha embargado al ver a Antonia y escuchar parte de su vida. Habrás una segunda parte. Y como bien dices, emociona pensar cuantas cosas se van quedando en el tiempo que jamás deberían desaparecer. Las tertulias familiares, nunca serán igual, es más, ni creo existan en la mayoría de los hogares.
Bondad por parte de ella y ternura por parte tuya facilitaron esa instantánea, tan natural y tan tranquila.
ResponderEliminarMe alegro. Yo muchas veces lo intento y no lo consigo.
Gracias, Blas. Tú eres un fotógrafo de lo mejor que conozco, así que lo dudo.
EliminarUna pregunta. ¿Como puedo ver tu blog? He picado en tu perfil y no veo la forma. Si pasas por aquí, por favor, oriéntame. Un abrazo, viajero.