Cae
lentamente la tarde, un perro ladra asustado en el silencio de la calle, sólo los pájaros que vuelan para refugiarse en sus nidos o
ramas, rompen la decadencia del día que se aleja.
Ante esta
quietud y el olor a tortilla de patatas que cocino, no sé
porque, ha salido a mi encuentro, esa niña soñadora y alegre que al caer la
tarde deseaba con fuerza acurrucarse un ratito en los brazos de su abuela María, luego, llena de besos y cariño, sentarse en su silla pequeña de anea, y disfrutar del aroma que inundaba la estancia, olor a membrillo y
romero, ambientadores naturales que mamá María colgaba por
toda la casa, aroma que nunca olvidará, como no olvidara el olor a tierra mojada del trigal, "olor especial" que le hacía sentir sensaciones difíciles de expresar; podía percibir el olor de las higueras recalentadas por el tórrido sol en verano, que, según ella, desprendían una esencia tan fascinante como los jazmines, azucenas, acacias y
rosas.
Se va
ocultando el sol y, al presenciar el color plomizo del cielo, vuelvo a ver a esa
niña sentada en su pequeña silla con sus rizos cubriendo su
cara, comiendo un trozo de pan y chocolate, mientras ojeaba un tebeo y hacia dibujos con lápices de
colores desgastados por el uso continuado.
Así, embelesada, miraba impaciente la lejanía para ver aparecer las cabras que volvían del pastoreo con sus tintineantes cascabeles y sus brillantes ubres repletas de leche. A veces, el cabrero, traía una o dos crías que habían nacido hacía horas, y las cogía en sus pequeños brazos, las besaba y acariciaba con mucho cuidado y ternura, esto era un ritual en su vida. Al atardecer, esperaba que, "rubio", el cabrero, ordeñaran las cabras y llenara su jarrillo de leche, la que tomaría antes de ir a dormir.
Qué feliz era. Todo a su alrededor le parecía un milagro y, se preguntaba una y otra vez, cómo era tan sabía la naturaleza para haber creado cosas tan hermosas. Por ello, cada noche, con la cara cubierta por las sábanas, - la oscuridad no le gustaba- rezaba la oración que le habían
enseñado, para pedir por el sufrimiento ajeno y dar gracias por poder vivir en el paraíso .
El perro
sigue ladrando. Mis recuerdos se van alejando en silencio, llevándose a esa
niña, pero no lo consigue del todo.
Se ha
cubierto el cielo de ocaso, y ha sonado el teléfono. Una vocecilla alegre ha querido contarme algo, y me he reído al escuchar sus frases inconclusas.
El silencio
de nuevo…
Esta noche, volveré a cubrir mi cara con la sábana y soñaré contigo...con esa niña
alegre, sensible y juguetona llamada María, (Mariquilla), a la que
tantos sueños le ha robado el tiempo por si puedo regalarle alguno. !Nunca
es tarde".
María
Borrego R.