miércoles, 22 de abril de 2015

La niña que no me abandona.



Cae lentamente la tarde,  un perro ladra asustado en el  silencio de la calle,   sólo los pájaros que vuelan para refugiarse en sus nidos o ramas, rompen la decadencia del día que se aleja.

Ante esta quietud y el olor a tortilla de patatas que cocino, no sé porque, ha salido a mi encuentro, esa niña soñadora y alegre que al caer la tarde deseaba con fuerza acurrucarse un ratito en los brazos de su abuela María, luego, llena de besos y cariño, sentarse en su silla pequeña de anea, y disfrutar del aroma que inundaba la estancia, olor a membrillo y romero, ambientadores naturales que mamá María colgaba por toda la casa, aroma que nunca olvidará, como no olvidara el olor a tierra mojada del trigal, "olor especial" que le hacía sentir sensaciones difíciles de expresar; podía percibir el olor de las  higueras recalentadas por el tórrido sol en verano, que, según ella, desprendían una esencia tan fascinante como  los jazmines, azucenas, acacias y rosas.
Se va ocultando el sol y, al presenciar  el color plomizo del cielo, vuelvo a ver a esa niña sentada en su pequeña silla con sus rizos cubriendo su cara, comiendo  un trozo de pan y chocolate, mientras ojeaba un tebeo y hacia dibujos  con lápices de colores desgastados por el uso continuado. 


Así, embelesada, miraba impaciente la  lejanía para ver aparecer las cabras que volvían del pastoreo con sus tintineantes cascabeles y sus brillantes ubres repletas de  leche. A veces, el cabrero,  traía una o dos crías que habían nacido hacía horas, y las cogía en sus pequeños brazos, las besaba y acariciaba con mucho cuidado y ternura, esto era un ritual en su vida. Al atardecer, esperaba que,  "rubio", el cabrero,   ordeñaran las cabras y llenara su jarrillo de leche, la  que tomaría antes de ir a dormir. 

Qué  feliz era. Todo a su alrededor le parecía un milagro y, se preguntaba una y otra vez, cómo era tan sabía la naturaleza para haber creado cosas tan hermosas. Por ello,  cada noche, con la cara cubierta por las sábanas, - la oscuridad no le gustaba- rezaba la oración que le habían enseñado, para pedir por el sufrimiento ajeno y dar gracias por poder vivir en el paraíso .

El perro sigue ladrando. Mis recuerdos se van alejando en silencio,  llevándose a esa niña, pero  no lo consigue del todo.


Se ha cubierto el cielo de ocaso, y ha sonado el teléfono. Una vocecilla alegre  ha querido contarme algo, y me he reído al escuchar sus frases  inconclusas.

El silencio de nuevo…

Esta noche,  volveré a cubrir mi cara con la sábana y soñaré contigo...con esa niña alegre, sensible y juguetona llamada María, (Mariquilla), a la que tantos sueños le ha robado el tiempo  por si puedo regalarle alguno. !Nunca es tarde".
María Borrego R.